Tenía la formación, tenía la motivación (al menos eso creía), tenía la infraestructura necesaria detrás… Solo me faltaba una cosa para poder meterme de lleno en el mundillo de las ventas: un producto que vender. Y es que un comercial sin un producto es como un jardín sin flores. Está incompleto.
Por suerte Brainstormer ya contaba con una gran variedad de productos cuyas empresas habían confiado en nosotros para ser sus representantes comerciales. Ósea, que había dónde elegir, vaya. El problema era que yo no dejaba de ser un novato, y no podía empezar a vender los productos o servicios más difíciles de vender. A Mónica le pasaba exactamente lo mismo. Por suerte ambos teníamos una titulación universitaria, así que se supone que nuestra capacidad de aprendizaje estaba demostrada (cualquiera que haya estudiado durante cinco años para sacarse una carrera sabrá de lo que hablo).
Por eso un día nos reunimos con Julián y empezamos a repasar todas las opciones que teníamos: seguros médicos, cursos de idiomas, páginas web, publicidad online, organización de eventos, juguetes educativos…. Espera, ¿he dicho páginas web? Si, aquello podría ser un buen producto para vender. Mónica y yo éramos jóvenes, menores de 30 años, se nos suponía hijos de Internet y de las nuevas tecnologías. Así pues, estaba decidido, empezaríamos vendiendo páginas web.
Al principio, en mi inocencia, pensaba que aquello se vendería como churros. Pensé que no me costaría mucho convencer a la gente que tuviese un negocio de la importancia de estar en la red. De hecho, me parecía rara la cantidad de negocios que aún no tenían web. ¿Cómo podía ser que renunciasen a un canal de marketing tan increíble? No contaba con la principal barrera con la que se encuentra un comercial a la hora de vender algo: la resistencia de la gente a los cambios. Pronto descubriría que la gente puede ser muy difícil de convencer, incluso cuando les ofreces algo que verdaderamente necesitan, los hay que se resisten tozudamente. Si a la gente las cosas les van bien, se resisten a cambiarlas, incluso aun cuando con el cambio les pueda ir todavía mejor.
Pero de momento estaba ilusionado con mi producto. Las webs que vendíamos se adaptaban a todos los gustos y a todos los bolsillos. Empezaría inmediatamente a buscar clientes y, esperaba, a cobrar mis primeras comisiones por venta. Otro día os contaré como fueron mis inicios.