Acabadas las explicaciones sobre el empleo, llegó el turno de las preguntas. Sentado en aquella mesa, con los dos entrevistadores flanqueándome, me sentía como en un interrogatorio. Siempre que llegaba a ese punto de la entrevista me ocurría lo mismo: se me secaba la boca –sin importar la cantidad de agua que hubiera bebido antes- y notaba como una especie de opresión en el pecho. Seguramente es todo mental, así que traté de combatir esa sensación, sin conseguirlo del todo. Por lo menos los entrevistadores no parecieron notar mis nervios y yo traté de responder a sus preguntas con la mayor naturalidad.
Mi experiencia me dice que el resultado de una entrevista de trabajo depende en parte de la pericia del entrevistador. Es el, o ella, quien debe crear un clima dónde el candidato esté relajado y pueda mostrarse tal y como es. Creedme, en las entrevistas he visto de todo. Entrevistadores que parecían perdonarme la vida en cada mirada y otros tan abiertamente hostiles que no me habría gustado toparme con ellos por una calle desierta.
Algunos me dirán que en las entrevistas agresivas se busca saber cómo reacciona el candidato a una situación de presión, pero me pregunto si tiene mucho que ver ese tipo de tensión con el que se daría en el día a día en el trabajo. Por ejemplo, es posible que una persona responda a la perfección cuando tiene que trabajar a contrarreloj porque hay que entregar un proyecto urgentemente, pero en cambio se sienta incomodo cuando alguien le hable en un tono intimidante. Son dos tipos de presión distintos.
Por suerte mis entrevistadores parecían pensar lo mismo, y todo sucedió en un ambiente bastante cordial. Hablé sobre mi formación, resaltando lo que me parecía más a importante: a saber, mi licenciatura, mi nivel de inglés y mis conocimientos de informática (estos dos últimos con certificado de por medio, nadie se traga ya lo del inglés- nivel medio ni lo de la informática a nivel de usuario). Mostré mi mejor disposición a desplazarme donde hiciera falta y trabajar en el horario que fuese oportuno (en mi situación no podía poner muchas pegas a ninguna oferta).
Finalmente me entregaron un test psicotécnico y me dejaron solo para que lo rellenase tranquilamente. Repasé las preguntas mientras los entrevistadores se fueron a una esquina a hablar de sus cosas, aparentemente ajenos a mi presencia. No recuerdo muchas de las preguntas, salvo que algunas me parecieron surrealistas (¿Qué tres libros han marcado tu vida? ¿Cuál de ellos podría serte de utilidad a la hora de vender?), ni tampoco mis respuesta (bueno, si me preguntan mis tres libros favoritos diría La conjura de los necios, El guardián entre el centeno y La metamorfosis). Cuando terminé les entregue la hoja. Me dieron las gracias (por mi tiempo), yo se las di a ellos (por el suyo) y me dijeron que en breve me llamarían para decirme algo.