El mismo día que veíamos el paso final de una venta, (que, recordad, es el seguimiento de la venta), Julián nos anunció a Mónica y a mí que era el último día de curso. No nos pillaba por sorpresa, puesto que ya sabíamos cuánto duraba. No hubo graduación ni diplomas ni lanzamiento de birretes al estilo de las películas americanas, pero sí que nos tomamos unas cañas en un bar cercano para celebrarlo. Habían sido dos semanas intensas en las que se había abierto ante mí un mundo completamente nuevo; un mundo que antes solo conocía de oídas: el mundo de las ventas. Y he de decir que mi percepción sobre ese mundo estaba completamente equivocada.
Antes creía que ser comercial era “fácil”. No fácil en el sentido de que cualquiera pudiera hacerlo -siempre he pensado que para ser comercial hay que tener ciertas cualidades personales, como la extroversión o el gusto por el trato humano- pero si en el sentido de que no tenías que romperte la cabeza para vender, si de verdad te gustaba el tema. Ahora sé que no podría haber estado más equivocado. La consecución de una venta implica tantos factores a tener en cuenta que conocerlos todos bien podría ocupar el temario completo de un grado universitario de cuatro años. En ese supuesto temario no faltarían, sin duda, el marketing, la publicidad o la economía; pero también habría psicología, económicas, ADE, protocolo y, si me apuras, hasta antropología.
Sí, mi visión de los comerciales había cambiado mucho en aquellas dos semanas; sin embargo, aún me costaba verme en el papel de comercial. Aquello iba a cambiar enseguida, como nos dijo Julián. El curso había terminado, pero no nuestra formación.
La próxima semana empezaríamos las practicas Nos enfundaríamos nuestros trajes de comerciales y nuestra corbata roja (distintivo de la empresa) y saldríamos a vender con nuestros nuevos compañeros de trabajo. Tendría que desempolvar mi traje o seguramente comprarme otro, porque el que tenía ya me quedaba pequeño (solo lo había usado unas cuantas veces para ocasiones importantes). Al día siguiente me llamaron para mi primera “misión”. Un par de compañeros me recogerían en Plaza de Castilla para que les acompañara a visitar a un cliente, una empresa de nuevas tecnologías. Eso sería el lunes siguiente, así que tenía todo un fin de semana para relajarme, porque mi carrera como comercial estaba a punto de despegar.