El día que iba a ser mi bautismo de fuego en la venta a puerta fría, nos encontramos todos en una céntrica plaza de Madrid. No exagero si digo que era impresionante vernos: seis hombres vestidos igual, con traje negro y corbata roja, además de Mónica –nuestra por el momento única compañera-, que no desentonaba nada con su traje de chaqueta.
Era principios de verano, y quizás hacía demasiado calor para ir en traje, pero un comercial siempre debe cuidar su imagen. Entra dentro del sueldo pasar calor en verano y frio en invierno. Serían las diez de la mañana, muchos comercios apenas acababan de abrir. Buen momento, a esa hora aún no habría demasiada actividad y podríamos hablar tranquilamente con los dueños de los negocios. .
Hicimos un círculo como los soldados que se preparan para la batalla. Éramos impares, así que Mónica y yo iríamos en parejas, cada uno con uno de los comerciales de más experiencia. Cada dos horas volveríamos a juntarnos y cambiaríamos de acompañante. De ese modo, según Julián, al final del día habríamos visto el estilo comercial de cada uno. Nos repartimos la zona y los equipos de dispersaron en todas las direcciones. Pase mi primer par de horas con Julián, ni más ni menos.
Julián me dijo que el hablaría en el primer par de empresas que visitáramos y que después sería yo quien hablase. Estaba impaciente por ver a mi jefe en acción y la verdad es que no me decepciono, hablaba con seguridad y no tardaba en ganarse la confianza de la gente. A lo largo del día, Julián consiguió un montón de tarjetas de visita y números de teléfono. Porque eso era lo que buscábamos. Nadie compraba una web en el momento, lo primero era despertar su interés. Una vez que alguien nos daba su tarjeta de visita o su correo, nosotros quedábamos en enviarle información sobre las webs que vendíamos y llamarles otro día para ver que les había parecido. Era un proceso lento, para mi gusto que hasta entonces creía que las ventas se cerraban en el momento.
El caso es que mientras Julián hablaba yo me quedaba al lado sonriendo y sintiéndome un poco ridículo, la verdad. Por un lado, Julián lo hacía tan bien que poca oportunidad tenía yo de intervenir y por el otro no quería meter la pata, y menos delante de mi jefe…