Si hace poco más de dos meses me hubiesen dicho que iba a trabajar de comercial, me habría reído. Posiblemente la gente que me conoce habría hecho lo mismo. Y en cambio, aquí me tenéis ahora, escribiendo sobre mi experiencia en este mundo. Seguramente os estéis preguntando cómo he llegado hasta aquí.
¿Por dónde empezar? Podría contaros que terminé la carrera hace algo más de un año y que, como muchos jóvenes españoles, desde entonces me dedique a la búsqueda de empleo. Pero desgraciadamente, como tantos otros jóvenes españoles, no encontré nada relacionado con mis estudios. Hice varios cursos para desempleados – a veces sólo para mantenerme ocupado- y fuí a varias entrevistas de trabajo; aunque casi siempre me decían que buscaban a alguien con experiencia.
Entre mi rutina diaria, siempre estaban lo que yo llamo “batidas”. Estas batidas consistían en meterme en varias web de empleo y buscar todas las ofertas que no requiriesen experiencia. Entre los resultados de la búsqueda, siempre salían varias ofertas de comercial, y en los requisitos solían pedir cosas como estas:
- Pro actividad (¿Alguien puede decirme qué significa exactamente?)
- Habilidades comerciales
- Don de gentes
- Buena presencia
- Ganas de trabajar
- Disponibilidad para viajar
- Dotes para la negociación y ambición profesional.
- Capacidad para trabajar por objetivos
Tras leer esta lista de requisitos, normalmente me auto descartaba. La verdad es que nunca me he considerado un gran orador o especialmente atractivo, ni mucho menos el más popular del colegio. No me imaginaba en el papel de comercial, simplemente, así que ni lo intentaba. Hasta que un día dando una vuelta por mi antigua facultad (¡ah, la nostalgia!) tropecé con un anuncio en un tablón. En él se buscaban comerciales, la diferencia es que pedían gente de mi carrera, ya que trabajaríamos con productos de ese campo. Tentado por la posibilidad de que mis estudios sirvieran por fin para algo, llamé y me citaron para una entrevista.
Los chicos que me entrevistaron no encajaban con la imagen que tenía de los comerciales. No sé por qué –quizás influido por el cine-, siempre había imaginado a los comerciales como gente vanidosa y arrogante, con el pelo engominado y una dentadura completamente blanca; sin embargo mis entrevistadores no abusaban de la gomina y parecían gente bastante agradable, y esta no sería la única idea errónea sobre los comerciales que iba a rectificar, como vi más adelante. Me hicieron algunas preguntas y me explicaron en qué consistiría mi trabajo.
Supongo que ya imagináis cual fue el resultado de la entrevista. Me dijeron que me llamarían, y que en unos días empezaría mi entrenamiento como comercial. Pensé que si me habían llamado, por algo sería; habrían visto algo en mí que quizás yo había pasado por alto. Si duda, ahora tocaba autoevaluarme y ver si realmente tenía las cualidades necesarias para ser un buen comercial, pero eso lo contaré en el siguiente post.
Pero antes de terminar, ahí va mi primer consejo para los futuros comerciales, aunque en realidad, es válido para cualquier persona en cualquier ámbito de la vida: nunca digas que no vales para algo, o que algo no se te da bien, sin haberlo intentado antes al menos una vez. Trabaja duro, no te desalientes, hazme caso y no dejarás de sorprenderte cada día.
No dejéis de comentar, cualquier aportación será bien recibida.
Saludos de un comercial,
Guillermo Rodríguez.