Según quien escuche, cualquier palabra puede ser interpretada de una manera diferente. Pero gracias al milagro de la evolución estamos equipados biológicamente para articular frases enteras de corrido, y encima seguir haciendo uso de nuestra capacidad de raciocinio. En resumidas cuentas, no existe razón alguna para no explicarse. Si bien es cierto que “a buen entendedor, pocas palabras bastan” muchas veces es el propio interlocutor el que cree que ha explicado sus argumentos de la manera adecuada.
En tiempos de la antigua Grecia, ya se dieron cuenta de este tipo de problemas, y es que aunque todas las conversaciones tienen estructuras similares, existen infinidad de caminos por los que pueden desviarse. Para solucionarlo, los griegos, desarrollaron la dialéctica erística, el arte de discutir llevando la razón por medio de la palabra.
En el transcurso nos dejaron unas indicaciones para entender que ocurre en la conversación, que es lo que verdaderamente importa. Cualquier discusión (conversación en la que participan dos o mas personas con ideas y opiniones propias) una de las partes siempre plantea una tesis o afirmación sobre algún tema en concreto. Y la otra/s partes lo refutan siguiendo un patrón:
– O bien se muestra que el planteamiento no concuerda con la realidad absoluta de las cosas (con la realidad).
O se apela a la realidad subjetiva del orador, la no concordancia con otras afirmaciones de la persona que expone el tema.
Después se tiene uno que decidir por dos vías de ataque. Una forma directa, basada en hechos, en principios. O la forma indirecta que se apoya en consecuencias.
Cuando se elige la forma directa, se procede a demostrar que la tesis no es verdadera, mediante datos contrastados. Podemos mostrar que los datos en los que se basa son falsos (enseñar un video como prueba de un delito que demuestre la culpabilidad o inocencia de un presunto criminal) o mostramos que dicha afirmación no se sigue de ellos, atacando directamente al resultado potencial (una vez planteada la tesis, hacemos alusión a algún comentario anterior que no sea compatible con lo planteado).
Y si se decide avanzar por la vía indirecta se procede a demostrar que la tesis no puede ser verdadera. El mismísimo Aristóteles afirmaba que había dos formas de abordar la situación, mediante la apagoge o mediante la instancia.
Mediante la apagoge tratamos de quitarle veracidad a la tesis de nuestro adversario considerando al principio que sus afirmaciones son verdaderas. Partimos de la base de que como solo de afirmaciones verdaderas se pueden sacar proposiciones verdaderas, de afirmaciones incorrectas obtendremos proposiciones falsas. De esta manera buscamos silogismo con premisas similares, que sepamos de antemano que son falsas pero que los presentes puedan dar como verdaderas, en una concesión por parte del adversario. Si este contradice la verdad de algo indudable, habremos conseguido nuestro objetivo en la conversación.
Y mediante la instancia, al tratarse de una vía indirecta, volvemos a dar como válido lo que en un principio nos habíamos planteado, sin embargo, esta vez mostramos circunstancias en las que la hipótesis no funciona según el planteamiento. Así se concluye que una afirmación no es cierta del todo, sin duda alguna.
Después es cosa de uno mismo el sacarle el mayor partido posible a estas herramientas lingüísticas. Lo mejor es no llevar la razón por llevar la razón no olvidéis la frase de Aristóteles “Nuestro carácter es el resultado de nuestra conducta”. Pero nunca esta de más saber no solo que es lo siguiente que podemos decir, sino, que nos puede decir quien tengamos en una mesa de reuniones.
Julián de las Heras – CEO