Habiendo alcanzado casi un tercio de mi vida sentí la necesidad de replantearmela, de encontrarle un sentido. Empecé a plantearme todo tipo de preguntas trascendentales: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Recurrí a la religión, a la filosofía, a la ciencia… todas ellas fueron incapaces de darme una respuesta, sólo más preguntas. Finalmente decidí acudir a la entidad a la que todo el mundo acude cuando busca algo; un ser superior que almacena en su interior todo el conocimiento humano. Decidí acudir a Google.
Le pregunté: Google, ¿Quiénes somos?
Más de 29 millones de resultados, y el primero hablaba sobre una empresa de energía. Desde luego no era lo que yo estaba buscando.
Algo contrariado, volví a preguntar:
Google, ¿de dónde venimos?
Información sobre un cuadro, un vídeo de dibujos animados y otro sobre reproducción humana, pero nada en los primeros resultados que pudiera interesarme. Realmente decepcionante.
A punto de tirar la toalla, hice la última pregunta:
Google, ¿adónde vamos?
Nuevamente nada que pudiera sentirme para empezar mi nueva vida. Me sentí frustrado y furioso, ¿acaso Google me tomaba el pelo?
Mi fe en Google empezaba a tambalearse. A pesar de ser el mayor motor de búsqueda que existe, la gente como yo aún tenía problemas para encontrar respuestas relevantes a sus preguntas. Seguramente la culpa era mía por no haber hecho la pregunta adecuada, o quizás era de Google…
Empecé a experimentar y me di cuenta de que lo que buscaba no siempre aparecía entre los primeros resultados de Google. Investigué sobre ello y descubrí que Google realmente hace todo lo posible para dar al usuario lo que busca. El problema está en que muchas páginas webs no saben cómo hacerse visibles para Google, de modo que los usuarios simplemente no pueden encontrarlas a pesar de que ofrezcan lo que ellos buscan.
Aquello me pareció bastante trágico. Personas que buscan cualquier cosa en internet y webs que las ofrecen, pero no pueden ser encontradas porque no están bien posicionadas en Google. ¿Cómo arreglar eso? Y fue entonces cuando descubrí las siglas que cambiarían mi vida: SEO.
SEO significa Search Engine Optimization -es decir, Optimización de los Motores de Búsqueda- y según la definición de la Wikipedia es el proceso de mejorar la visibilidad de un sitio web en los resultados orgánicos de los diferentes buscadores. A mis ojos, el SEO representaba toda una doctrina, con sus normas escritas y no escritas, para que las páginas webs encontrasen su lugar en las largas listas de resultados de Google.
Emocionado por mi descubrimiento, decidí que dedicaría el resto de mis días a difundir la filosofía SEO. Por eso a partir de ahora publicaré en este blog mis experiencias y consejos como aprendiz SEO; y lo haré bajo mi nuevo nombre, escogido en homenaje al algoritmo de búsqueda de Google.
William Penguin,